No hay debate acerca de cómo se alcanza el superávit fiscal que sostiene el programa. La oposición es parte del problema.
En el altar libertario se le reza al Dios “superávit fiscal”. Y está bien. Es su Dios. Por otro lado, el gobierno de Javier Milei no engañó a nadie porque llegó al poder diciendo: “No hay plata”, “habrá ajuste” y “va a doler”. Nada que no haya cumplido.
También es cierto que dijo que el “ajuste lo iba a pagar la casta”, lo cual es una verdad a medias, porque la mayor parte recae sobre sectores que lejos están de pertenecer a ese círculo.
En el combo final queda una reducción de gastos significativa que le duele mucho más a los sectores de clase media. ¿Por qué no a los más vulnerables? Porque la ayuda a ese segmento se duplicó y se quitaron los intermediarios.
Este conjunto lo que sí paga es la caída del poder adquisitivo de esa masa intermedia de la población que eligió “cortar” los arreglos, las changas, la comodidad de algún cuidado personal, y se arremangó, por ejemplo, para lustrar los pisos, lavar la ropa y repasar el inodoro con un guante de goma. Nada inviable, ni desagradable, pero antes esa tarea era el sustento de otra familia.
En la visión libertaria, el superávit fiscal y el orden macroeconómico traen como consecuencia directa el colapso de la inflación y de inmediato la salida de la pobreza de amplios sectores de la población.
Y en esta ecuación es donde se debería profundizar el debate: ¿vale cualquier cosa para tener superávit fiscal? ¿Qué costo está dispuesto a pagar la sociedad para que los precios no suban?
La resignación hacia algunos de esos costos asusta. Aunque el gobierno lo niegue, el más caro es la licuación de las jubilaciones mínimas a través de dejar congelado el bono adicional. Atado a esto, los jubilados también sufrieron el recorte en la entrega de medicamentos, al bajarse el umbral de ingreso mínimo para acceder al beneficio.
En una línea no muy diferente podemos ubicar al reciente conflicto del Garrahan como emblema del sistema de salud. Los médicos residentes ganaban $800.000, supuestamente, por culpa de los ñoquis… El gobierno libertario lleva 18 meses… ¿les pagaron 18 meses a los ñoquis y los descubrieron ahora? ¿Qué estuvieron haciendo los representantes del Estado nacional en la dirección del hospital? Sea cuales fueran las respuestas, el resultado final era sueldos paupérrimos… pero las cuentas cierran y los analistas y traders financieros chochos porque “la deuda se paga”.
Un detalle adicional: el aumento rige desde el 1° de julio, una picardía del que hace las cuentas: se saltea el aguinaldo… todo sea para mantener la caja. Y en los bolsillos de los residentes recién se sentirá en 60 días.
A este “costo” para que los precios no suban hay que sumarle la poda en los programas de apoyo a la discapacidad. Prestadores y profesionales tienen congelados los aranceles desde diciembre, con una inflación acumulada que “bajó” pero que se acercará al 15%.
Como parte de su “aporte a la democracia”, el Congreso está debatiendo proyectos para aumentar las jubilaciones y declarar la emergencia en discapacidad… pero con un detallito: impone aumento, pero sin ensuciarse las manos diciendo de dónde salen los recursos.
Un centro al pecho de Milei que la para con calidad y argumenta: “Van en contra de mi Dios, el superávit fiscal, entonces sale el veto”.
Qué interesante y valioso sería que las leyes que salgan del Parlamento lo hagan completitas y sean de ineludible promulgación.
En otro orden, los últimos datos de consumo marcan lo que todos intuimos, sentimos, percibimos… la mejor calidad de vida por ahora es para los sectores más acomodados de la sociedad que están utilizando sus recursos para comprar más inmuebles y autos. En contrapartida, el consumo doméstico sigue estancado. Al menos así lo demuestra la recaudación por IVA.
Increíble es la visión que parte del Ministerio de Economía: “La gente ya no acumula alimentos sino que piensa en comprar bienes durables”… O sea, equipara la compra de dos latas de arvejas y tres de papel higiénico con un auto o un departamento. Difícil de entender.
Esta chatura a nivel familiar pareciera lógica ante un contexto de salarios aplanados con un Ministerio de Economía que frena aumentos paritarios por encima de la inflación. No quiere que los precios “tengan presiones”… rara política para fomentar el aumento del consumo y de la producción. Otro “costo” que hay que pagar para que “los precios no suban”.
En cambio, quienes son afiliados a una prepaga tienen que aceptar recibir todos los meses aumentos que, en la mayoría de los casos, están por sobre la inflación, porque “el gobierno no se mete con los precios”… (pero sí con los salarios).
Tampoco hay gasto en obra pública ni en infraestructura. En los últimos días se abrieron algunos procesos licitatorios, pero hasta que efectivamente se completen los trámites y se comiencen a mejorar los caminos habrá mucha producción difícil de trasladar, pero lo peor es que más vidas corren riesgos.
El gobierno cumple con su plan y sólo las urnas pueden cambiar el destino. Tal vez la sociedad haya caído tan bajo que no le importa el precio a pagar para intentar salir… aunque las balas piquen cerca.